domingo, 19 de enero de 2014

Bastidor para bordar un cuento



Claro y lejano a la vez.
Así le llega el sonido que un viento corto y lento, a rachas, trae hasta los jardines, simétricos, a la moda siempre influyente de Francia, con las fuentes de aguas y surtidores helados, con las esculturas en mármol que representan santos, héroes, antepasados ilustres cuyas gestas el padre riguroso (cada vez más distante y encerrado en sí mismo, desde su viudez) la obligó a aprender detalladamente.
El sonido. En la voz bronca, antigua de los campesinos, repitiendo a través de los siglos las notas, las palabras que acaso condensan sentimientos hondos, viejas historias que las canciones se encargan de recordar.
La copiosa nevada seguirá, durará meses.
En la Rusia Imperial, ¿transcurre el tiempo?
¿Por qué, entonces, no llegan las cartas? Claro, con la guerra los caminos todavía son más imposibles.
Lejos de la ciudad, en su palacio alto, de fachadas azules y blancas que coronan las cúpulas doradas con sus cruces ortodoxas, orientales, la hija única y adolescente del Duque favorito, mano derecha del Zar (a quien Dios guarde), siente pasar el tiempo.
Siente el ansia también, de no tener noticias de las personas que más importan a su corazón: noticias del vizconde Alejandro, que es su enamorado y, militar en el frente, cumple con su deber y su patria… (qué horror, si algo le sucediera.)
Noticias de la tía Julita y de su prima Elizabeth en Londres, de la que sabe que pasa penas de amor por un profesor de música que no le corresponde.
Luego está el otro joven, el agregado de la Embajada de España, quien ya estuvo de visita, en alguna ocasión anterior, para tratar graves asuntos de estado con el Duque-padre, y que vendrá de nuevo, la próxima semana.
Luis de nombre, es de noble familia, de una pequeña ciudad que llaman Puente Genil, en la remota Andalucía. La duquesita y él consiguen entenderse en francés y, algo peor, en ruso. Con su acento inverosímil, pedregoso*, el joven español disimulará el galope de su corazón y le dirá, irónico, para hacerla reír:
“Mucho invierno para ti, Marga”.

*(Él cuenta una anécdota: su madre, señora de abolengo y de patricia elegancia, no sin humor lo llama con cariño el “intérprete de los pavos”.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario