jueves, 21 de noviembre de 2013

Un insecticidio y sus secuelas



Con una aprensión demasiado parecida a la alarma, la vi posada en una esquina del faldón del toldo delantero que empezaba yo a recoger esa tarde desde el porche.
Entre polilla y mariposa siniestra, con un tamaño como de medio boli Bic (Bic cristal, con el que ahora mismo escribo esto) de la cabeza al extremo final del abdomen, y el correspondiente empaque en el desarrollo de las alas a medio desplegar. Por el color y la forma me recordó casi al instante a uno de esos aviones de combate llamados, creo, B-2 de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América.
En aparente reposo o concentración. Así que retrocedí con cautela sin perderla de vista y eché mano del previsor “spray” (qué cursilada) que siempre tengo junto a la puerta. Es de los fuertes y, aunque especializado, me consta su versatilidad, su amplio espectro (esto es de tanto leer los prospectos de los medicamentos) y el poderío que garantiza en estos trances.
Comencé a disparar como Clint Eastwood, con decisión metódica: sucesivas rociadas con el pulverizador no parecieron hacer que se diera por aludida ni que se moviera. Tras insistir, ya la vi mostrar espasmos y luego caer con un semialeteo, con cierto peso, al suelo; proseguí con cierto asco aunque sin misericordia, hasta que me dio la impresión de haber acabado con ella.
La dejé ahí toda la noche, velando las armas de su derrota y, a la mañana siguiente, el chorro de la manguera, durante la sesión de riego del jardín, empujó el cadáver hasta un rincón de tierra que siempre permanece acumulada junto al arriate de la planta del plátano.
Hará de esto mes y medio. Fosilizados o petrificados, recalcitrantes, varados en esa tierra, los restos de la visitante sin invitación siguen ahí: quizá rebozados y/o marinados en la sobredosis de Cucal de su exterminio, ni las hormigas se han atrevido a dar cuenta de ellos. Acaso fueron, en vida, una venenosa o diabólica reencarnación.
Y ahora, no me atrevo a barrerlos, por más que su obstinada estancia tenga algo de testigo vengador. A veces pienso si será la mariposa de la muerte: de la mía.
Esperando.

Más de dos semanas reduciendo la ingesta a sólo vino y cerveza podrían ser origen de un leve crecimiento en la zona sombría del Hipocampo. Nada que no pueda remontarse.    

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