sábado, 16 de noviembre de 2013

¡Ahá!, conque estamos de vuelta, ¿eh?



Esto en lo que unos más, otros menos, andamos zarandeados y que con temeraria impropiedad llamamos vida, no es ni de lejos la única opción.
Y se nota mucho cuando realizamos un determinado viaje que nos puede cambiar el ritmo, la dieta, la visión de ciertas cosas; hacernos reír con inverosímiles escenas en zonas de descanso de la carretera de Burgos; conmovernos del todo porque hombres que viven en la meditación, la austeridad y el recogimiento nos tocan fibras algo embotadas, resortes de esporádico uso, graves sonidos que parece que duermen, pero no, en la profundidad.
Junto al “enhiesto surtidor de sombra y sueño… “, cerca de la “negra torre de arduos filos”, hay milagros que sentir, seriedades que valorar, muy otra vida.
Y al lado de las ganas de salir volando, de carne y hueso que somos, todavía existe margen para un cordero al horno, unos boletus, unas morcillas de Lerma que viajan para triunfar en la Villa y Corte, en donde una modesta decencia castiza y mucho menos residual de lo que dicen, sigue siendo capaz de vibrar con la Almudena y desmentir esa tendenciosa y venenosa teoría de la España laica, roja y descastada que, “para nada, oyes”.
Madrid ha brillado, contra algunas hordas que la desmejoran; y seguirá siendo objetivo de envidias mediocres, a pesar de las huelgas, el tráfico y la casta política que tanto se empeñan en contaminarla.
Y, a propósito, estoy reflexionando sobre el fenómeno según el cual una loncha de jamón puede sentirse afortunada entre dos tiernas rebanadas de pan de molde; como de molde, si se trata de celebrar onomásticas, que ninguna necesidad tienen de hache, vaya por Dios.        

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