viernes, 11 de octubre de 2013

Periplo hispalense



Las antiguas crónicas, la misma tradición oral reiteradamente lo afirman:
anclada como inmutable madreperla en el epicentro mismo del laberinto, se halla la traslúcida, inverosímil, mágica bañera de Beyoncé.
A través de tenue cristalera que añade irrealidad opalina a la inédita experiencia, los dos minotauros, plenos de instinto e irrevocable deseo, olfatean en el aire el enardecedor hálito de la hembra, mientras emiten/reciben las tenues cornadas de la melancolía, las afiladas y sangrientas cornadas de la pasión, las furiosas cornadas de doble trayectoria de la tarde ardiente.
Laten los patios, la reja de las ánforas de clausura, los pasadizos a ninguna parte, elaborados entre fragmentos de cornisas, restos de columnas truncadas, torcidas esculturas de discóbolos paralizados en la calma densa de una sensualidad extasiada cuya música componen el jazmín, la absorta aspidistra, el rumor de mínimas fuentes ensimismadas, los propios pasos indecisos de los minotauros.
Luego, ya a campo abierto, enhiestas las testuces valientes, se abren camino con sordo fragor, el ojo avizor, la pezuña afirmada con dominador poderío entre surtidas ninfas, náyades, odaliscas, hetairas que dejan tras de sí el perverso aroma de la carne ofrecida y negada, el turbio juego de la provocación, la larga cambiada o la engañosa media Verónica, Virginia, Victoria, Vicenta, Virtudes, Vera Lamont en su trampolín, huríes de setenta veces siete velos, tules, escurridizas mañas, reiterados caracoleos de grupas, resplandores y sesgos de miradas, instantáneos palios rituales de trémulos varales, brazos, piernas, sombras, escorzos, volúmenes, sueños de amor, certidumbres de muerte.
La querencia analgésica y sosegadora del whisky y la conversada lucidez van ordenando algunas fichas del tablero mientras el tiempo rueda hacia la noche.

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