lunes, 9 de septiembre de 2013

El vestíbulo

Cada cual por su lado, con alguna frecuencia ya había considerado la posibilidad de aquel viaje, de aquella aproximación gustosa a ese país y, sobre todo, a esa ciudad hermosa y decadente que, en la imaginación, era fuente de resplandores voluptuosos y cadencia de los más sugestivos e indolentes sonidos.
Y en una conversación salió el tema, el designio, el propósito. Cuando se dieron cuenta, con inusual velocidad de decisión ya estaban resueltos los detalles de la expedición: época del año más favorable, minucias de pasaportes, billetes de avión, reserva de hotel… De modo que los dos veteranos cabos segundos de marinería (“gastador” de aguerrida figura el uno, sutil improvisador de trompa en la Banda de música, el otro), aunque molidos por las incomodidades del vuelo, asientos torturantes, refrigerios perversos, llegaron gozosos a La Habana, en el año 2000 de la Era Cristiana.
Lo más pintoresco de aquellos días ni siquiera fue la costumbre de desayunar galletas danesas de mantequilla con ron de 7 años; ni la afabilidad del dúo (piano y violín) en el hotel que fuera fondeadero de Hemingway; ni el denuedo con el que fueron descubriendo restaurantes potables…
Lo más espectacular fue aquel amplio vestíbulo en el que los dos cabos (ambos claros, de ojos altos) sentaron sus reales de observador, con esa actitud de concentración reposada que tienen los gatos, para dejar transcurrir (en una fecunda y creativa “laxitud tropical”) horas de horas, sueños de sueños, risas de risas, dionisíaca celebración de la vida en…
Damas y caballeros: ¡¡The Afterblind´s Promenade!!   

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