jueves, 29 de agosto de 2013

Nuestro avispero

No es el único, mas se diría que es de los favoritos.
Lamentable y cíclico como un herpes, en estas fechas revolvemos de nuevo el avispero de las banderas. Que tiene un incómodo sello español, tanto que hasta los que reniegan de ser españoles son los más adictos a fomentar y azuzar todo ese asunto, afición que ya los va definiendo de españolísimos sin arreglo posible.
Porque  es difícil, criaturas, ocultar la verdad en estos tiempos inundados de videocámaras, de teléfonos móviles y de toda suerte de artilugios con los que podemos filmar, fotografiar, fijar las movidas públicas donde las banderas ondean y, aunque sea a solas, tendremos que confesarnos las que hay, en qué proporciones, con cuáles orígenes, propósitos, intenciones, etc., al margen de lo que machaconamente y con contumacia de herejes proclame cada uno en tertulias, debates y jaleos diversos.
Que unos individuos andan a cuestas con símbolos fascistas.
El fascismo es una ideología, una forma de gobierno, una actitud. Nada ejemplar, probablemente. Lo impropio también es que se arranquen a gritar en contra los que ejercen las teorías y/o la práctica del comunismo /socialismo, cuya mochila histórica está, a su vez, repleta de barbarie y de salvajadas, al punto que parece que Stalin dejó pequeño a Hitler, por no hacer larga la lista de ejemplos. Entre esos extremos modales, puede que una de las diferencias sea el presunto barniz aristócrata del señorito facha, cosa que jamás le va a perdonar el rojo radical, barnizado de presunto populismo verbenero. ¿Rencorosa “lucha de clases”?
Así que bandera por bandera, ambas añoradas por nostálgicos bastante ignorantones, ni la del dictador nos sirve, ni la de la fracasada república tampoco, ni nos sirven a estas alturas sus respectivas teorías y, peor aún, gran parte de sus resultados prácticos.
Tampoco parecen más legítimas las banderas separatistas que simbolizan tendencias de fractura y enfrentamiento, cerrazón insolidaria y engaños a granel.
Y mientras, los hay que se andan escondiendo de la bandera nacional vigente, con la que nos comprometimos, ojo, cuando aquel borrón y cuenta nueva (pero era mentira, ¿no?) de la transición; los hay que no la quieren suya, que la dosifican con cuentagotas y a regañadientes, estilo que evidencia su, de ellos, nobleza y bonhomía.    
Me extrañaría que un remolino así se produjese en otro país y desde luego con la virulencia y la frecuencia con que aquí se padece. En Francia o Portugal, que están al lado, como quien dice, no se dan estos enconados disparates.
Pero esto es el Ruedo Ibérico, oyes, y me acuerdo mucho de ese cuadro del españolísimo Goya, en el que dos paisanos, semienterrados y a corta distancia uno del otro, se van a despachar a gusto con sus respectivos garrotes.
Y siento una mezcla de rabia, tristeza y desesperanza.

1 comentario:

  1. Creo que esto se debe a que el español odia todo aquello que represente un ente mayor en el que se halla integrado obligatoria y lógicamente (himno, bandera, rey, presidente, gobierno, etc.). Lo derroca, halla otro que lo sustituya y, a continuación, ataca este nuevo símbolo y venera el que anteriormente hizo caer.

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